«Es un día triste para la democracia de EE.UU., como cuando asesinaron a Kennedy o Lincoln», aseguraba a este periódico Greg Donovan, entre varios cientos de simpatizantes de Donald Trump, delante de los juzgados federales en los que estaban leyendo los cargos al expresidente estadounidense. «Aunque le imputen, va a ganar las elecciones. Se ha demostrado que esto le beneficia, es como echar gasolina al fuego».
Donovan, que había llegado la noche anterior desde California, es un ejemplo de lo que son estas manifestaciones alrededor de Trump: mitad protesta, mitad circo. Él va con frac, una cadena dorada enorme y una chistera con la imagen del expresidente.
Era una indumentaria casi suicida para los 37 grados a la sombra -43 al sol- que aplastaban a la muchedumbre, la gran mayoría seguidores de Trump.
«América está en su momento más bajo»; decía Carlos Garín, que acaba de lanzar proclamas en español desde un megáfono. «Con esto el pueblo ahora se va a echar a la calle», pronosticaba.
Pero no se percibió esa combatividad en las calles de Miami -¿quién busca pelea con esta humedad?-, pese a que se habían convocado protestas de los Proud Boys, un grupo violento de extrema derecha, y otra de ‘antifas’, de extrema izquierda.
Apenas hubo un par de momentos de tensión. Cuando la policía expulsó a todo el mundo de los alrededores por la presencia de un paquete sospechoso, que resultó no ser peligroso. Los empujones y abucheos cuando Jorge Ramos, el periodista mexicano, que ha tenido enfrentamientos con Trump, puso el pie en la plaza («¡comunista!», le gritaban en una ciudad dominada por lo que queda del exilio cubano y la pujante comunidad venezolana). O la detención de un contrario a Trump, vestido de presidiario, que se abalanzó contra la limusina del expresidente cuando este salió del juzgado. La sonrisa del hombre, esposado por la policía y rodeado de un enjambre de cámaras, lo decía todo.
La banda sonora eran cánticos ‘pro Trump’ –«¡No más Biden!», «¡Queremos a Trump!»– pero también el ‘De mi tierra bella’, de Gloria Estefan, o incluso el ‘América’, de Nino Bravo, que salían de altavoces.
Pero la plaza era sobre todo un ‘wunderkammera’ de las escenas que acompañan a Trump. El imitador del expresidente que se sacaba fotos y repartía tarjetas para eventos. El candidato presidencial que no tiene nada que hacer -Vivek Ramaswamy-, pero que busca un trozo de la atención de la que goza el expresidente. Una colección de ‘youtubers’, ‘streamers’ e ‘influencers’ de la política, pegados a sus móviles. Unos espabilados que se pasaban por republicanos y captaban firmas de ‘trumpistas’ despistados para una petición a favor del aborto. Gente gritando conspiraciones -«¡el covid es un virus creado por el Gobierno!», «¡Google y Zuckerberg controlan el recuento de votos!», un mimo del Tío Sam rodeado de fotógrafos y apenas un puñado de personas contra Trump, alejados con prudencia de la mayoría de manifestantes.
Nadie más interesante que Osmani Estrada, que se plantó allí con una cabeza de cerdo pinchada en un palo. Se negaba a explicar a este periódico qué representaba la testa del animal, descompuesta y maloliente con el paso de las horas. «Eso lo tienes que interpretar tú», decía. «Yo solo vengo aquí a celebrar la democracia de EE.UU., donde cualquiera puede ir a juicio, donde cualquiera es inocente hasta que se demuestre lo contrario».