En el protocolo tan ‘british’ de las carreras de Fórmula 1, a los ocupantes del podio se les reserva un butacón de tres plazas en una estancia anexa a la sala de Prensa. Los triunfadores dan pábulo a una sinfonía de sonrisas, bendiciones a los coches y los neumáticos y abundan los gestos de algarabía. Max Verstappen (26 años) se ha dado un baño de masas esta temporada en ese sofá. Trece victorias y dos segundos puestos, quince apariciones. Es la costumbre en la F1 de hoy: la solemnidad de su discurso, las respuestas tajantes, la actitud cortante y las bromas sin gracia. Verstappen vuelve a ser campeón, el tercer título, el que lleva a Bernie Ecclestone, el exsupremo de la F1, a asegurar que «es el mejor piloto de la historia».
Los últimos campeones de este deporte son dos tiburones sin ninguna similitud. Lewis Hamilton, que encadenó seis títulos con Mercedes, es un showman, una estrella del rock que se codea con la purpurina de Hollywood, las celebrities de Londres o los músicos legendarios. Verstappen es el amo de la pista, el rey de los neumáticos, el que mejor entiende su deporte y exprime su coche. Está por cometer un error, siempre infalible al volante.
Pero es fiel a su raíz, un padre piloto que popularizó la F1 en Países Bajos con sus escarceos en los noventa, una madre campeona de karting, una pareja hija de un campeón del mundo de F1. Ruedas, gasolina, válvulas… Verstappen es el número 1 sin discusión, aunque su talante tienda cientos de veces hacia la arrogancia y el individualismo atroz. Tal vez por eso junta tres títulos.
Campeón del mundo de karting en 2013, precoz piloto de F1, el más joven de la historia al debutar con 17 años en Toro Rosso, su vida dio un vuelco cuando en la cuarta carrera de su segunda temporada en la F1, Helmut Marko (el ideólogo de Red Bull) lo subió al coche pata negra y ganó en Barcelona con solo 18 años.
«Max es franco y es directo, y así somos los holandeses», decía a ABC Jan, un conductor de Uber en Amsterdam. Verstappen ha invertido la historia de su país, como hizo Fernando Alonso en España cuando entronizó a la F1 como el segundo deporte. Es el heredero de la celebridad de Johan Cruyff.
El Gran Premio de los Países Bajos es la representación de esa industria a su espalda. Igual que Alonso obró el milagro de reunir dos carreras en España (Montmeló y Valencia), Verstappen ha aproximado al calendario el vetusto y remozado circuito de Zandvoort, una pista junto a las playas del Mar del Norte, pese a que la F1 mira hacia economías emergentes sin prejuicio de sus tintes gubernamentales (Arabia Saudí, Qatar, Azerbaiyán…).
Una carrera en Holanda
Existe un gran premio en el viejo Zandvoort porque las empresas neerlandesas se han lanzado al casco de Max Verstappen. Heineken, que promociona la cerveza 0.0, se ha convertido en patrocinador del piloto de Red Bull y de la Fórmula 1. Su majestad el euro se desplaza hacia la antigua Holanda.
El principal patrocinador de Verstappen durante este ciclo estelar han sido los supermercados Jumbo, el mismo grupo que ha aglutinado a los tres vencedores de las tres principales carreras del ciclismo esta temporada (Roglic el Giro, Vingegaard el Tour, Kuss la Vuelta). El logotipo negro y amarillo de la empresa lleva muchos años grabado en el atuendo del piloto campeón y el próximo año desaparece, igual que ha cancelado la relación con el ciclismo. En los últimos tiempos, Verstappen ha aparecido en numerosos anuncios de Jumbo, normalmente junto al actor Frank Lammers.
El operador de transmisiones Viaplay, el que emite la F1 en Países Bajos, también es una fuente financiera para Verstappen. El papel del piloto como embajador de la marca se extiende a todas los países donde opera Viaplay. Como parte del acuerdo, su padre y ex piloto de Fórmula 1, Jos Verstappen, trabaja en la compañía de telecomunicaciones como analista.
El principal ‘sponsor’ de la Liga española de fútbol, EA Sports, también ha alistado a Verstappen como socio. El holandés trabaja con el desarrollador y editor de videojuegos deportivos estadounidense para crear contenidos en toda su cartera. Verstappen, claro, es el piloto más valorado del videojuego por delante de Lewis Hamilton y Fernando Alonso.
Heineken, la marca de bebidas holandesa, contrató a Verstappen como embajador oficial de la marca en el ánimo de promover el consumo responsable de alcohol.
Además de estos vínculos, Verstappen ha estado asociado a Ziggo, el canal holandés de televisión de pago. Aparecía en el editor de deportes antes y después de cada Gran Premio. Pese a que no es un icono de la moda, con G-Star RAW, una compañía holandesa de ropa del diseñador G-Star, lanzó su propia colección exclusiva. Y con Car.next respaldó a la marca de coches de segunda mano, apareció en sus campañas publicitarias y colaboró para crear conciencia antes de comprar automóviles.
55 millones
La cantidad de dinero que puede recibir por esta exposición publicitaria no ha sido calculada. La revista Forbes estima que Verstappen gana unos 55 millones de euros por temporada solo en concepto de ficha y premios por resultados en su contrato con Red Bull.
En el sur de Holanda, la región de donde procede su familia, Verstappen ha inaugurado hace tiempo un mini-Museo al estilo Fernando Alonso. Una tienda acristalada en la localidad de Swalmen, donde exhibe diversos trofeos, productos oficiales de su equipo para la venta y hasta un coche Red Bull en modo reclamo.
Verstappen, el intocable amo de los circuitos, ha incentivado esa vena mercantilista con la elección de un dorsal simbólico, el 1, en vez del 33 que llevaba hace un par de campañas. «El número 1 es mucho mejor para el negocio», dice el campeón.